sábado, 5 de noviembre de 2011

Uru, o árbol del pan

Maupiti, Polinesia Francesa. El uru, o árbol del pan, constituye uno de los elementos básicos de la cultura polinésica. En occidente, fue descubierto por el navegante español Alvaro de Mendaña cuando en 1595 topó con las Marquesas creyendo haber llegado a las Salomón, donde aparentemente se encontraban las minas del bíblico rey. No encontró el oro sino el uru (chiste!)
A todo esto, los polinesios hacía siglos que conocían el uru y su fruto como fuente importante de alimento. El árbol, que alcanza en ocasiones los 20 m de altura, es omnipresente: está por todas partes y en todas las islas. Aquí os muestro uno fotografiado esta tarde en Maupiti, dando un paseo en bici por la calle con Evans y su familia:




El capitán James Cook lo introdujo en Inglaterra y allí se hizo famoso como alimento para esclavos, fácil de plantar y crecer. De hecho, el Bounty, capitaneado por William Bligh, fue enviada a Tahiti con la misión de recoger plantones de uru y llevarlos a las Antillas. Se cree que el famoso y ampliamente escenificado motín que tuvo lugar en el barco, un 28 de abril de 1789 en Tonga, fue provocado en parte porque Bligh racionó el agua potable a los marineros para regar los plantones. No sé, me da a mí que más bien fue debido al encanto de las tahitianas que hipnotizó de tal modo a la tripulación, que una buena parte decidió no regresar a su Inglaterra. Especialmente Fletcher Christian, el cabecilla del motín, que tras casarse con una tahitiana fue saltando de isla en isla para acabar en la lejanísima Pitcairn, donde hoy en día se encuentran sus descendientes y los de otros amotinados.

El preciado fruto del uru es redondo, pesa de 1 a 2 kg y mide de 15 a 30 cm de diámetro. Se cuece a la brasa o en el horno. Ayer Sara lo preparó con una salsa de crema de leche y ajo. Estaba tan bueno que yo creo que me debí zampar medio kilo. Esta noche me lo ha cocinado estilo “patata frita”.

En Bora Bora, hace unas semanas, Hubert preparaba un domingo el uru para la familia. Me invitó al festín. Mauruuru roa, Hubert, pero la verdad es que sin salsa ni sal resultaba un poco insípido. Callé por educación. Su nieto tampoco parecía muy entusiasmado, y acabó dándoselo a su gatito.







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