lunes, 30 de enero de 2012

São Filipe en domingo: una ciudad fantasma

São Filipe, Fogo, Cabo Verde. Ya me lo dijo Patrick: el domingo en São Filipe no podrás hacer nada porque la ciudad se queda literalmente muerta. No podía haber acertado mejor: esto parece una ciudad fantasma, como si la gente se hubiera ido en masa a otra isla.




Como hoy no pasa absolutamente nada digno de contar, aprovecho un poco para hablar acerca de la ciudad.

São Filipe es la segunda ciudad más antigua de Cabo Verde, después de Cidade Velha en Santiago. Con sus 6.000 habitantes, es una villa tranquila y afable, la más limpia del país, y también la más calurosa. Está ubicada a modo de gran balcón con vistas al mar y a la vecina isla de Brava y sus islotes circundantes. Abajo, la enorme playa de arena negra.



Sus calles conservan los adoquines originales, y las casas están pintadas de colores pastel: rosa, verde, azul, amarillo, naranja, violeta, gris...todas con sus tejados anaranjados. Abundan las plazas y los rincones ajardinados. Es un regalo para la vista.

Pero en lugar de explicar la historia de la ciudad (que personalmente desconozco y seguro que está en Wikipedia) hablaré un poco del sobrado, esa construcción tan arraigada al colonialismo portugués. En ella vivían los morgados o terratenientes y aristócratas. Constaba de dos pisos, y tenía balcones de madera labrada. Abajo se encontraban la cocina y las habitaciones de los esclavos, donde me alojo yo, ¡No quiero ni imaginarme lo que habrán visto estas paredes!... También había un quintal, o patio, donde se bailaba los días de fiesta. En el piso de arriba vivían los señores. Las habitaciones estaban adornadas con bellas pinturas, pianos, mecedoras...en fin, todo eso tan europeo.

Aquí en São Filipe se encuentran los sobrados más bonitos de Cabo Verde. Considerados Patrimonio Cultural, esos edificios confieren a la ciudad un atractivo especial que vale la pena ver.

sábado, 28 de enero de 2012

Amanece en el cráter

São Filipe, Fogo, Cabo Verde. Patrick, el francés de Lyon que regenta la Pensión Pedra Brabo, ofrece bajarme en su 4x4 a São Filipe, donde me alojaré las próximas tres noches. Salimos por la mañana, después del desayuno. Cada día baja a la capital a comprar. El trayecto dura una hora, tiempo suficiente para charlar un rato. Patrick se fue de Francia hace 15 años, estuvo primero en Praia y desde hace 11 regenta esta pensión a pie de volcán. Me asegura que nunca más vivirá en Francia.


En São Filipe me hospedo en la Pensión Beiramar, regentada por una pareja alemana. Se trata de un precioso y bicentenario sobrado, esa construcción típicamente portuguesa de dos pisos, con balcones y terrazas, pintada de color pastel. Aquí en São Filipe se encuentran los mejores ejemplos. Mi habitación es espaciosa y con un techo altísimo. Consta de dos dormitorios y un gran baño. Da a la plaza de la iglesia Nossa Senhora do Socorro. No puedo pensar en un lugar mejor para alojarme en esta preciosa villa colonial. Con el desayuno, el alojamiento me sale por 35 euros/día, una auténtica ganga para los estándares europeos.

Hoy es sábado y hay que aprovechar que es probablemente el único día de la semana donde hay música ao vivo. Sólo hay que buscarla.

Monika, la patrona, me informa que acostumbran a tocar en "el Cinema", una esplanada cerca del hotel Xaguate. Queda un poco lejos, pero allí estaré: por nada del mundo me perdería ese primer concierto en vivo de mi periplo por estas islas.

Y allí están. Son 4: un bajo, un guitarra, una cantante y...(cómo no!) un cavaquinho. Mis ojos se clavan rápidamente en los dedos y la técnica de éste último, pues llevo estudiándolo en Barcelona desde hace un año y la verdad es que no progreso todo lo que desearía. Me quedo maravillado de cómo el tipo marca el tempo de la canción con su instrumento. La mano derecha batuca siempre con la misma frecuencia: las cuerdas suenan tanto al bajar como al subir la púa. Pero la técnica radica en la mano izquierda, exactamente en el levantamiento de los dedos durante la batucada, que es lo que marca la característica cadenza caboverdiana. Me fijo, me fijo, y me vuelvo a fijar, y concluyo que me falta mucho, muchísimo para poder tocar así. Los cambios de acordes y el compás le salen de dentro, como cuando uno ya sabe ir en bici: no tienes que “pensar” en el equilibrio, el cuerpo lo va corrigiendo él solito.

De vuelta a la pensión me propongo que cuando regrese a Barcelona voy a practicar hasta la saciedad. Luis Fonseca de Mindelo me hizo uno de los mejores cavaquinhos caboverdianos que hay: un auténtico cavaquinho bau (cavaquinho). El es el que los hace para los músicos de Cesaria Evora y Cordas do Sol. No tengo excusa. A esa joya hay que sacarle todo el jugo posible.

Fogo

Chã das Caldeiras, Fogo, Cabo Verde. El ferry a Fogo sale de Furna muy pronto hoy, a las 7:30 de la mañana, con lo que el madrugón es de cierto calibre. El trayecto hasta el muelle tiene exactamente 99 curvas y dura 45 minutos.

En el muelle de São Filipe, ya en Fogo, distingo a Matías, el taxista que me trajo desde el aeropuerto. Cuando has explicado tu plan una sola vez a un taxista caboverdiano, te lo encuentras siempre de nuevo por todas partes, como por arte de magia.

Así que Matías me lleva hasta Chã das Caldeiras, en pleno cráter. Resulta sorprendente que aquí, a 1.700 m de altura vivan 1.600 personas. Las viviendas están hechas simplemente de tochos grises, a medio acabar y, desde luego, sin pintar. Pero la gente de nuevo es un encanto. Se dedican a la vid, que produce el excelente vino de Fogo, una especie de jarabe rojo de 14º que te deja los dientes oscuros al beberlo.

Pero lo primero que resalta al llegar a este lugar es la gran abundancia de gente rubia. De hecho, yo diría que hay más rubios que morenos. Me entero que en el siglo XIX aterrizó por aquí un refugiado francés, un tal Montrond, que aparentemente hizo muy bien sus deberes. Como resultado de las leyes de Mendel, el cabello rubio de sus numerosos descendientes delata la frenética actividad del francés, y por eso casi todos se llaman Montrond y son rubios. Vaya con el Don Juan.


En Chã das Caldeiras hay un par de pensiones que albergan a los turistas que llegan hasta aquí para subir la cima del volcán. La de Pedra Brabo, donde me hospedo, la regenta Patrick, un francés que se ha quedado a vivir en Caldeiras. Detrás de la pensión, me protegen las impresionantes paredes del cráter. Delante, el majestuoso Pico, cuya cima de 2.829 m de altura alberga un cráter de 500 m de ancho. Cada día lo escalan un grupito de turistas en una excursión que dura de 4 a 6h.


En 1951 tuvo lugar una erupción gigantesca que destruyó totalmente los pueblos del oriente de la isla. La señora Berta (foto abajo), de más de 90 años, me cuenta cómo tuvo que correr hasta arriba de una colina porque no sabía si la lava invadiría su casa. De nuevo, el volcán entró en cólera en 1995, sin aviso previo. En esta ocasión la lava surgió por lo que hoy se conoce como Pequeño Pico, invadiendo varias casas dentro de la Caldeira. Por suerte todos los habitantes fueron evacuados sanos y salvos a São Filipe.

Al ponerse el sol, los jóvenes acuden al polideportivo a organizar carreras de bicicleta, correr, gritar, y desahogarse. Se respira un aire muy sano aquí.


Esta noche hay cachupa, el plato nacional de Cabo Verde. Es un guiso a base de vegetales y carne (pollo, salchicha...) muy variado, que sabe riquísimo. Y cómo no, todo eso acompañado de un buen vaso de vino del volcán.

Brava



Fajã d’Agua, Brava, Cabo Verde

José Andrade es un caboverdiano que ha vivido muchos años en Francia y que final y sabiamente ha decidido retirarse a su isla natal, Brava. Ahora se dedica a regentar su pensión frente al mar, el Sol na Baia, a pintar y a elaborar el grogue, ese ron caboverdiano de sabor exquisito.



Dos noches en su pensión, frente a la calmada bahía de Fajã d’Agua, van a saber a poco. Si algún día venís a Brava no dudéis en alojaros aquí, pero procurad alargar un poco más vuestra estancia.

Brava es la más pequeña de las islas habitadas de Cabo Verde, y también la menos visitada al no tener aeropuerto. Después de Santo Antao, es también la más montañosa. Pero sobretodo, es un auténtico reducto de paz y armonía. Creo que hay pocos lugares en este planeta cuya gente sea tan digna, educada, pulcra y amable. Los adultos, los jóvenes, los niños, todo el mundo te desea un bom dia, boa tardi, o boa noti, con una sonrisa de oreja a oreja, sincera y ejemplar.

La ciudad principal, Vila de Nova Sintra, está en el centro de la isla, a 500 metros de altura. En la plaza, los colegiales van y vienen con su uniforme blanco y mochila oscura, algunos con su PC o móvil para conectarse a la wifi konecta que en las plazas de los pueblos de este país es gratis.


En Cabo Verde la escolarización hasta los 15 años es obligatoria, con lo que el país disfruta de un 84% de alfabetización, la más alta de toda Africa. El presidente sabe muy bien lo que es importante para el futuro de un país. Personalmente, estoy convencido que en 15-20 años Cabo Verde va a tener una de las rentas per capita más alta de Africa.




Por alguna razón que desconozco, la mayoría de gente de Brava vive en Boston. Curioso pero cierto. Aquí todo el mundo tiene un familiar en Merka (América). De ahí que una gran mayoría de las casas ostente un águila de cabeza blanca en su entrada. Tampoco pasa desapercibido el dinero y costumbres que llegan procedentes del otro lado del Atlántico: el look de los jóvenes es totalmente yanqui.






Al atardecer, la bahía de Fajã acoge el sol en su horizonte. En esos instantes de luz divina para el fotógrafo, los niños salen a jugar a la calle, esperando la hora de cenar, y te piden que les hagas fotos.



Esta noche, Rita nos ha preparado una cena deliciosa en la terraza que da a la bahía. Mientras pone la mesa, José nos invita a una degustación de su grogue. Tras servirnos la comida, hay un apagón de luz que afecta a todo el pueblo. No podía ser más oportuno porque hoy, precisamente hoy, Venus y un tajo finísimo de Luna brillan con rabia uno al lado de otro. Con el apagón, los dos astros parecen rivalizar todavía más.



¡Qué pena tener que irme mañana de este lugar! Si alguno de vosotros piensa venir a Cabo Verde una temporadita, no dudéis en reservar un tiempo para esta isla.

Camino de Djarbrava

Brava, Cabo Verde. Mi ida a la isla de Brava, Djarbrava como la llaman aquí, comienza a las 10 de la mañana, en Sal. Toe, el taxista de siempre, primo del luthier de Mindelo que me fabricó el cavaquinho hace dos años, me viene a recoger al hotel Odju d’Agua. Durante el trayecto charlamos acerca de Cordas do Sol, el grupo musical de moda de Cabo Verde, que, como él, es de Santo Antao Cordas do Sol

El aeropuerto internacional Amilcar Cabral de Sal es uno de los pocos lugares donde hay wifi gratis. Aprovecho para publicar mi post. Quién sabe cuándo será la próxima vez.

El avión para Praia parte exactamente a la hora. ¡Cómo cambian los tiempos! Recuerdo mi primera vez en Cabo Verde, en 2001, cuando ir a otra isla requería todo un día, entre retrasos y esperas, y, por supuesto, la pérdida de la maleta. En aquella ocasión, mi maleta siempre viajó una isla por detrás de mí.



La conexión a Fogo también ha sido digna de Swissair: al minuto. Como podría muy bien haber dicho algún popular político caboverdiano: “Cabo Verde va bien”.

Una vez en Fogo, en São Filipo, dispongo de 5 horas hasta que salga el ferry de Brava. Dejo la maleta en un restaurante y aprovecho para comer un buen atún fresco con patatas fritas y arroz, frente al infinito océano Atlántico.

Mientras empino el brazo para tomar el primer sorbo de cerveza, miro al mar lejano y veo algo raro que no atino a adivinar qué es: está plagado de dunas negras pequeñas. Agarro rápidamente los prismáticos y admirado, me doy cuenta que son miles de delfines saltando. Al acabar, aprovecho para dar una vuelta por São Filipe, un lugar que conserva todo el encanto colonial portugués, una tranquilidad infinita y una bondad fácilmente perceptible.



Tras probar el fantástico vino de Fogo, un tinto que se asemeja más a un jarabe que a otra cosa, pero que tiene un sabor volcánico inigualable, conozco a Amadeus, un caboverdiano de Brava que vive en Luxemburgo. Aparte de francés, inglés, griego, árabe y indio, habla español porque también ha vivido en Madrid.

Y hasta aquí la puntualidad caboverdiana: el ferry que tenía que salir a las 20:30 h lleva dos horas de retraso y aún no hemos zarpado. Pero bueno, en su interior suena la música local y la gente sigue riendo y de buen humor, como si el retraso fuera un regalo más que un problema. ¡Y menudo ferry! Realmente el país ha progresado, y mucho.

Y ahora paro porque finalmente hemos zarpado y esto se mueve tanto que no atino a teclear bien. 
Mañana más.

miércoles, 25 de enero de 2012

Santa Maria do Sal

Santa Maria, Ilha do Sal, Cabo Verde. El pueblo de Santa María de Sal conserva un cierto encanto a pesar de la presión turística. En una de sus múltiples casas coloreadas, a lo estilo colonial portugués, vive la señora Mercedes, una encantadora abuela de 72 años que conozco desde hace tiempo. La pobre anciana sufre mucho de sus piernas, llenas de llagas provocadas por la flevitis que le producen mucho dolor. Aún así, siempre tiene unas palabras agradables cada vez que la veo. Yo creo que su mejor medicina son sus tres nietas, tres niñas a las que les encanta posar cual artistas de Hollywood.

Durante la mañana, la fuente pública del pueblo es un lugar muy concurrido. Todos van a buscar el agua potable del día, desalinizada en una gran central en el norte de la isla. Resulta impresionante ver cómo niños y niñas todavía muy jóvenes cargan con kilos y kilos de agua hasta sus casas. Cerca siempre hay un futbolín, quizás para hacerles la vida un poco más agradable.



Al atardecer, el malecón es un excelente lugar para pasar el rato e intentar sacar alguna buena foto. Siempre ocurren cosas. Los pescadores rascan las escamas de su botín, los jóvenes se tiran al agua con saltos acrobáticos, otros pescan, otros se deslizan con una tabla de madera sobre las olas de la playa, o, en un momento dado, de repente uno se encuentra con un regimiento de militares que vuelve a su barco. En cada ocasión ocurren cosas diferentes, por lo que nunca dejo de acercarme a curiosear.




Isla de Sal, el Cabo Verde de plástico

Santa María, Ilha do Sal, Cabo Verde. Hasta hace unos años Sal era la única isla del país con aeropuerto internacional, con lo que muchos turistas llegaban y se iban del país sin ver ninguna de las otras 8 islas y con una imagen muy limitada de Cabo Verde. Mejor dicho: una imagen totalmente falsa de esta tierra.

Ilha do Sal, en poco tiempo, se convirtió en una especie de “pasto para las llamas” para inversores italianos y españoles ansiosos de hacer dinero rápido y fácil. ¡Y vaya si lo hicieron! En la última década y media, Sal ha pasado de ser un lugar tranquilo, pobre y seco, a uno de los destinos preferidos del ciudadano europeo, ansioso en invierno de buena temperatura, playas de arena blanca, exotismo, y relativa cercanía.

Resultado: hoy en día Sal es una auténtica aberración turística, con cientos de hoteles y miles de camas, repleto de inmigrantes de Senegal, Ghana, Nigeria y Costa de Marfil que ven aquí una salida económica a sus vidas, que te acosan sin parar por la calle intentando vender sus productos y “sus servicios”. No son mala gente, ¡pero os aseguro que llegan a cansar!

Entonces ¿qué hago aquí? Resulta que la compañía aérea caboverdiana (TACV) tiene un vuelo directo Barcelona-Sal (con escala técnica en Madrid) todos los lunes del 9 de Enero al 19 de Marzo (según me dijo la señorita de facturación). No es la única manera de llegar al país, pero sí la más conveniente y barata desde Barcelona o Madrid. Pero si uno quiere evitar pasar por Sal, hoy en día hay vuelos vía Lisboa a Praia y, más recientemente, a Mindelo.



Y héteme aquí, rodeado de turistas que creen haber conocido Cabo Verde tras una semana en Sal. Ahí están, en grupos (a veces muy numerosos, como en la foto) con sus pulseras identificativas de color (no se vayan a perder y acaben en la olla de un caníbal), charlando con nigerianos y ghaneses, comprando sus máscaras y jirafas que nada tienen que ver con Cabo Verde, y bebiendo por la noche en los pubs y discos que tanto abundan en el pueblo de Santa Maria y en los que, por cierto, no suena la maravillosa música del país sino el reggae o Bob Dylan. Por la mañana se quedan tumbados en su hotel, leyendo una novela que, lógicamente, tampoco tiene nada que ver con Cabo Verde.

Bueno...qué le vamos a hacer. Dos noches aquí y el resto en el país de verdad.

Por cierto, ¿quién inventó el uniforme de turista? Realmente, no hay manera más eficaz de destruir un paisaje.