martes, 7 de febrero de 2012

Maio: vuelta a la isla

Vila do Maio, Maio, Cabo Verde. No me podía ir de Maio sin un día con un sol espléndido. En efecto, hoy ha amanecido sin una nube. Elizabeth, la patrona de Casita Verde, me despierta golpeando la puerta: it’s sunny, it’s sunny. A la pobre mujer le sabía muy mal que me fuera de la isla sin haberla recorrido entera con sol, y se había preocupado en encontrar un 4x4 para hacer el obligado tour-de-l’île.

Comenzamos por Barreiro, y nos acercamos hasta Lagoa, en la costa. Son pequeñas poblaciones, con muy poca infraestructura. La gente nos saluda y se alegran de ver a Elizabeth, a la que todos conocen y llaman por su nombre.

Excepto un tramo asfaltado de carretera en el interior, el resto de las vías de la isla están adoquinadas (calçetadu): es abrumador pensar el trabajo que encierran estos caminos que cientos de esclavos moldearon y construyeron piedra a piedra, kilómetro tras kilómetro.

Elizabeth me lleva a su playa preferida, a la que le gusta llamar "Praia Elizabeth", y cuyo nombre verdadero es Praia do Fundo. Solo llegar me doy cuenta que ésta tiene que ser la playa más bonita de la isla.

Evidentemente, está desierta, y no solo ahora, en este momento, sino probablemente durante días pues no se ve ninguna huella en la arena. Pienso en lo difícil que es hoy en día encontrar una playa lisa, que se muestre únicamente con las ondulaciones suaves del viento.

Además, aquí se mezcla la arena dorada con la negra, y por alguna razón, la dorada se queda en la cresta de la duna y la negra cae en los surcos, con lo que el contraste es todavía más pronunciado.


La acción de la erosión aquí muestra todo su esplendor: lava afilada, pozuelos en el agua, incrustaciones en la piedra...

Seguimos por el interior hasta Alcatraz, donde esta semana, por las noches, hay discoteca. El viento es muy fuerte. Detrás se divisa el Monte Penoso, el pico más alto de la isla que tan solo alcanza los 437 m.

Una de las actividades de los habitantes de esta isla es la fabricación de carbón. La técnica consiste en quemar la madera de la acacia en unos hornos subterráneos cubiertos de chapa metálica debidamente aireados.
Finalmente nos dirigimos al norte, donde hay dunas de 30 m de altura, formadas por la arena que el viento del Sahara ha ido depositando con el paso de los siglos.
Ya de vuelta, atravesamos una enorme extensión de acacias plantadas en 1976 para frenar la desertificación y llegamos a Calheta, una población de pescadores, con sus casas de colores.

Satisfecho de este último día en Maio, esta tarde me puedo ir tranquilo a São Vicente.

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