miércoles, 1 de febrero de 2012

Vuelta a la isla de Fogo

São Filipe, Fogo, Cabo Verde. Las islas pequeñas ofrecen una actividad prácticamente obligada para el visitante: el tour-de-l'île. Hoy toca el de Fogo, una excursión en coche de 80 km y casi 6 horas de duración.

Nolito, un saofilipense con cara de bonachón, está desayunando tranquilamente en el bar de enfrente. Se ha ofrecido hacérmela por 8.000 escudos, unos 75 euros.

En una isla cónica y volcánica como esta, a la que uno se aparta de la costa todo sube. Así pues, comenzamos nuestra “escalada” en sentido de las agujas del reloj. El primer pueblo que nos encontramos es São Lorenço, con su iglesia pintada de blanco y azul, y su cementerio mirando al mar y a la isla de Brava.

En esta parte de la isla el cereal dorado cubre las laderas de la carretera dándole un aspecto casi mediterráneo. Seguimos hasta el pueblo de Lomba donde se divisa una niebla que no se atreve a subir hasta el volcán.

Más tarde descendemos hasta las salinas donde hay un pequeño embarcadero. Los pescadores acaban de llegar y se disponen a subir sus barcas hasta el hangar.

Nolito me lleva seguidamente hasta Mosteiros, segunda gran población de la isla, en el Norte. Allí la vegetación es muy densa, con bosques y cafetales hasta donde da la vista. Llegamos a la hora de la salida, o entrada, de la escuela. Las calles están literalmente invadidas de estudiantes, todos con camisa blanca y mochilas de colores. Nunca he visto una concentración tan grande de colegiales. Realmente, es uno de los valores de este país: nadie sin educación.


A continuación proseguimos nuestro tour-de-l’île por el lado oeste del volcán, por carreteras angostas que cortan la respiración: a un lado el imponente volcán, al otro, un enorme vacío hasta el océano. Desde esta parte de la isla se avista directamente el pico del volcán y los lechos de lava que de él han ido surgiendo a lo largo de la historia.

Durante todo el viaje intento avistar el carricero de Cabo Verde, un ave pequeña que habita solo en Fogo y Santiago. El pobre Nolito tiene una paciencia de santo, parando cada dos por tres en los lugares que yo le indico. Pero una vez más, no logro verlo. Lo mismo me ocurrió en Santiago hace cuatro años: siempre se me resiste. Quizás sea ésta la estrategia secreta que se propone el país para que yo regrese una y otra vez.

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