lunes, 26 de marzo de 2012

Islandia

Reikiavik, Islandia. Es mi primer día de vacaciones, un mes de agosto de 1991. Es también mi primer viaje estival, pues hasta entonces tocaba quedarse en España por motivos de presupuesto. Pero por fin he podido ahorrar y me voy. Islandia es la elegida. Eran los comienzos de Internet, y había visto un anuncio de una compañía de ecotours inglesa, Cygnus, que ofrecía un recorrido en bus por toda la isla, en régimen de tienda de campaña. Tenía muy buena pinta, así que me apunté.

Me encuentro en el vuelo de Iceland Air Londres-Reikiavik. Desde la ventanilla del avión no puedo creer lo que ven mis ojos: ¿estamos llegando a Islandia o a la Luna? Nunca había visto un paisaje tan desolado y revuelto. Y es que Islandia es un país joven, bebé, todavía en vías de formación: terremotos, volcanes, géisers, erosión de primera mano... todos los fenómenos de formación geológica siguen teniendo lugar en esta isla del Atlántico, situada en medio de dos grandes placas tectónicas que le dan marcha. Aquí, de promedio, cada 5 años un volcán entra en erupción. Toda la isla es una auténtica lección de geología de campo.

Islandia cuenta tan solo con 330.000 habitantes y una superficie un poco mayor que Portugal, lo que lo coloca como el segundo país menos denso del mundo (después de Mongolia).

La capital, Reikiavik (bahía humeante en vikingo) es como un gran pueblo, situado en una agradable y tranquila bahía. Es la capital de país situada a una latitud más alta. Aún así, la ciudad (y toda la isla) quedan por debajo del circulo polar ártico.


Me alojo en una casa particular que me han asignado los de Cygnus. Al igual que en el resto de la ciudad, la calefacción y el agua caliente del hogar funcionan mediante un complejo sistema de cañerías que aprovecha el calor que genera el interior de la isla. Todo un ejemplo de aprovechamiento de la energía geotérmica.

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