martes, 24 de abril de 2012

Mahé, Seychelles

Victoria, Isla Mahé, Seychelles. Al sur de Socotra, en el Indico, se encuentra uno de esos archipiélagos con nombre de "luna de miel": las islas Seychelles.

Seychelles es un país africano formado por 115 islas con una superficie total igual a la de Andorra. Perteneció a la Commonwealth inglesa hasta 1976, año en que alcanzó la independencia. Antes, había pasado por manos de franceses, y, originalmente, de portugueses que en 1506 fueron los primeros occidentales en llegar hasta aquí. Su población actual es de 81.000 habitantes: son los ciudadanos africanos con la renta per capita más alta.

La inmensa mayoría de la gente que llega a Seychelles (dentro de la cual me incluyo) visita las denominadas islas graníticas. Son las islas del norte, las principales y más desarrolladas: Mahé (donde se encuentra la capital Victoria), La Digue, Praslin, Silhouette, Curieuse, Felicité...

Pero esas son sólo 46 de las 115 islas que componen el país. Las otras 69 casi nadie las conoce porque resulta muy caro visitarlas: están lejos, aisladas y sin infraestructuras. Estamos hablando de las islas coralinas del Grupo del Almirante, Grupo de Farquhar, y Grupo de Aldabra. En Victoria, la capital, se me ocurrió ir a una agencia de viajes y preguntar cuánto me costaría visitar Aldabra, el segundo atolón más grande del mundo y joya mundial de la naturaleza virgen: 6.000 euros. No fui.

El primer día de mi estancia en el país transcurre tranquilamente en la capital y sus alrededores. Es semana santa del año 2006 y se prepara la clásica tormenta tropical vespertina. En el centro neurálgico de la ciudad se erige la tour de l'horloge, una réplica del reloj de la calle del Puente Vauxhall, en Londres. Llegó a Mahé en 1903, y se ve que durante la instalación su péndulo cayó al agua y se perdió. Se colocó uno nuevo pero el reloj no marcó la hora correcta hasta el 2000, año en que se reparó su mecanismo. Qué gusto, un reloj oficial que marca la hora que le da la gana.

Cómo no, Seychelles alberga varias especies de aves endémicas, algunas en peligro extremo de extinción. Pero este tema llegará más adelante, en unos días. Por el instante, en Victoria, deleito mi vista con las aves locales, como este fodi rojo, que parece haber metido la cabeza dentro un pote de pintura.

Por la tarde me acerco a la playa de Beau Vallon, al oeste de Victoria. Es una de las playas más concurridas de Mahé, llena de hoteles y resorts, y ribeteada de palmeras y takamakas, ese árbol majestuoso de hoja perenne originario del este de Africa.

Al día siguiente me dirijo al puerto para coger un barco que me llevará a uno de esos lugares que desde hace años frecuenta mi mente: la isla de La Digue. En el trayecto percibo la exuberancia de la vegetación de este país.


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