martes, 1 de mayo de 2012

Cousin, santuario de aves

Cousin, Seychelles. Cousin es una pequeña isla de solo 27 hectáreas de superficie, a 3 km de Praslin. El lugar se constituye como un símbolo de éxito de los conservacionistas. Hasta finales de los años 50, Cousin fue maltratada en todos los sentidos medioambientales que uno pueda imaginar: su vegetación original fue eliminada y reemplazada por palmeras para la producción de copra, sus tortugas fueron capturadas a miles, y las colonias de charranes exterminadas totalmente por la masiva recogida de huevos.

Pero en los años 60, cuando un censo aviar comprobó que sólo quedaban 29 carriceros de las Seychelles (Acrocephalus sechellensis) en el mundo (foto), la World Wildlife Fund compró Cousin y la declaró santuario de aves. Se replantó la vegetación original y los carriceros se recuperaron. Hoy hay 300, casi el tope de los que puede soportar la pequeña isla. También se reintrodujeron en Aride, Frégate y Cousine, donde hoy se cuentan varios centenares.
Otra especie que también parecía tener los días contados era el shama de las Seychelles (Copsychus sechellarum). En 1965 quedaban tan solo 12 individuos, todos en Frégate. Este simpático y curiosón pájaro blanquinegro, de aspecto de urraca, fue reintroducido aquí, en esta isla-santuario, para su recuperación y hoy cuenta con 32 ejemplares, todos anillados y controlados. Entre los de Cousin y los de las otras islas vecinas, la población mundial de estos shamas en 2004 se ha recuperado y hoy suman 140 individuos. Es un ave curiosa que se acerca a ver qué pasa en cuando aparece un grupo de visitantes.



Por último tenemos otra especie que también pasó por momentos delicados, y que aquí, en Cousin, ha podido recuperarse. Es el fodi de Seychelles (Fouda sechellarum), mucho más discreto en plumaje que el vistoso fodi de Madagascar, aquél pájaro carmesí que vimos hace unos días. Hoy la población mundial de fodi de Seychelles es de 3.500 aves.
Cousin recibe unos 600 visitantes por semana, turistas que vienen y se van el mismo día, puesto aquí no hay hoteles ni pensiones. Las aves están tan acostumbradas a la presencia del ser humano que se dejan fotografiar con toda naturalidad. Los guías se encargan de que no se las moleste. Como este rabijunco, que incuba su huevo tranquilamente ante la presencia de la cámara.
El paseo alrededor de la isla lleva aproximadamente hora y media. Al finalizar, el pequeño catamarán me devuelve a Grand Anse, en Praslin. Uno regresa satisfecho y contento de haber convivido unas horas con tres especies de aves que a punto, a punto, estuvieron de desaparecer del planeta sino hubiera sido por el empeño de unos pocos ornitólogos empedernidos que lucharon para destinar un pedazo de tierra de este mundo para su recuperación. A todos ellos: ¡gracias!

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