domingo, 1 de julio de 2012

Trinidad (y 2)

Trinidad, Cuba. Callejear tranquilamente al atardecer por las calles empedradas de Trinidad no tiene precio. A uno le invade la sensación de vivir en otra época, lejos de ese otro mundo, el occidental, con el que mantenemos una relación de amor y odio. Los viejos y ajetreados coches americanos se mezclan con gente deambulando en burro, los palacetes con las casas sencillas, las estatuas sin vida con sus gentes sonrientes...




En la Plaza Mayor destaca la Iglesia de la Santísima Trinidad cuya presencia da carácter al lugar. En su interior se encuentra el Cristo de Veracruz, una talla de madera de 1731, que originalmente iba destinada a una iglesia de Veracruz, en Méjico. El barco que la transportaba, procedente de Barcelona, tuvo que regresar al puerto de Trinidad en tres ocasiones por mal tiempo. Al final el capitán decidió partir "vaciando" parte del cargamento, incluída la talla. Los habitantes lo interpretaron como un mensaje divino y nunca más se han separado de ella.

Edificio destacable de esta plaza es el Palacio Brunet, una joya arquitectónica del siglo XVIII, en cuyo interior -hoy museo- se pueden contemplar los lujosos decorados de la edad de oro de esta ciudad: mármol de Carrara, techos de madera de cedro, jarrones de Sèvres, arañas de cristal de Bohemia, secreteres austríacos...Los aristócratas de esa época no se estaban de nada.

Cerca de la Plaza Mayor está el Convento de San Francisco de Asís, cuyo campanario es otro de los sellos de la ciudad.

Desde arriba se divisa una estupenda vista de la ciudad. Allí se halla una enorme campana de 1200 kg de peso, hecha en Francia en 1853 con el dinero del pueblo. Los tragaluces de la torre invitan a espiar la actividad de esta preciosa y tranquila villa, que confío y espero mantenga su autenticidad por mucho tiempo.


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