domingo, 2 de septiembre de 2012

Un día cualquiera en Rikitea


Mangareva, Les Gambier, Polinesia Francesa. Como cada día desde que llegué a las Gambier, amanece con el cielo sereno. A primera hora de la mañana, antes del desayuno, me acerco religiosamente hasta el final del pontón para impregnarme de la paz que reina en este rincón del planeta. Una embarcación transporta silenciosamente sobre el lagon calmado a los trabajadores de la granja perlera.

De repente oigo mi nombre a lo lejos, a mis espaldas. Es mi amigo Niko, el técnico en paneles solares, que viene a darme los buenos días y a desayunar conmigo. Niko es originario del atolón de Kaukura, una pequeña isla vecina a Rangiroa, sin puerto ni aeropuerto. Vive en Papeete y su empresa lo destina a las islas para instalar paneles solares. En esta ocasión le ha tocado Mangareva y se quedará por aquí toda semana. 


Durante el desayuno Niko me explica que los atolones como el suyo no tienen montaña, sólo agua a ambos lados de un angosto tramo de tierra, y que la motivación principal para que los niños de Kaukura como él fueran aplicados en clase era que solo así irían a la escuela superior en Tahiti, y entonces verían una montaña.

Al acabar, Marie ha venido a recibirnos con su nuevo nieto, que ha heredado los ojos del abuelo, Michel. Les pregunto si quieren que les haga alguna foto que luego enviaré por correo desde España. La gente se siente muy halagada cuando les pides un retrato, y en la foto se refleja porque sale lo mejor de la persona.


Al acabar, Michel me lleva en coche a Rikitea, el pueblo. En el muelle se acerca un bote patrulla francés, La Railleuse. Una niña se lo mira con recelo, y hasta parece asustarse: ¿qué hace un barco de guerra en mi isla? ¿para qué lleva esos cañones? ¿y esos señores, por qué van disfrazados? -me imagino que se pregunta.


Aparte de este, diríamos, "incidente", en el pueblo la vida transcurre tranquilamente, como cualquier otro día. La gente se pasea en bicicleta, los jóvenes juegan a la pelota en la cancha del polideportivo, las obras de la catedral prosiguen su curso... Aquí, en el fin del mundo, normalmente pasan pocas cosas.
Excepto esta noche: en la pensión tenemos una invitada de lujo porque viene a cenar la alcaldesa de Rikitea y gobernadora de las Gambier, la señora Monique Richeton. 

No sé si por causalidad o porque le pica la curiosidad hablar con un español, acaba sentada a mi derecha. Mantenemos una conversación muy agradable, aunque la señora tiene su carácter. Me explica toda clase de detalles relacionados con las pruebas nucleares, un tema muy caliente en las Gambier por la vecindad geográfica de la isla de Mururuoa, pero de lo que me explicó os hablaré mañana. 

A mi otro lado está sentado Niko, que no para de servirme vino. Tanto, que al final no recuerdo si a la alcaldesa le he hablado de neutrones acelerados contra núcleos de uranio enriquecido, o de la Macarena. Lo único que recuerdo es que ese vino estaba buenísimo.

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