lunes, 15 de octubre de 2012

Una noche entre ratas


Tapana, Islas Vava'u, Tonga. Al terminar la cena en el restaurante de María y Eduardo en la isla de Tapana, se ha hecho muy tarde y naturalmente no hay taxi-boat que me lleve de vuelta a mi hotel en la isla principal. Así que María gentilmente me ofrece quedarme a dormir en una cabaña-trastero anexa al restaurante donde hay un colchón en el que normalmente duerme un empleado del restaurante.

Muy bien, claro que sí, encantado.

Eduardo me acompaña al susodicho refugio y me muestra mi lecho: un foam en el suelo con una mosquitera llena de agujeros, sin sábanas y sin luz. Bueno...estoy cansado y me estiro sin pensar en nada. Quedo dormido al poco rato. Hasta aquí todo muy bien.

Al cabo de un par de horas noto una linterna a un palmo de mis narices enfocándome a los ojos. Me pego un susto de mil pares. No logro saber qué ha pasado y no puedo encender la luz porque no hay ninguna bombilla ni interruptor en la cabaña y yo no he cogido linterna ni nada. Al cabo de 10 minutos de nuevo entra alguien en la cabaña y percibo que busca algo. Me consuelo pensando que debe ser el empleado tongano que ha vuelto de juerga a las tantas y se ha sorprendido de que alguien ocupe su lecho.

A partir de ese momento comienza mi calvario. Los ruidos que me pareció oír al acostarme resultan que no vienen de fuera como pensaba sino que son de dentro. Oh no...¡ratas peleándose dentro mi choza! Me entra un ataque de pánico porque ni siquiera puedo encender la luz y fuera es noche cerrada, sin luna. No veo nada, solo oigo los chillidos y las corredurías de los roedores. Están por todas partes. Estoy literalmente rodeado de ellas. Son las 1:50 de la madrugada. Calculo que faltan 4 horas y media hasta que salga el sol. Horror.

Me incorporo a ciegas, para que me van (me imagino que las ratas ven de noche) y no se les ocurra acercarse a mí. Fuera brilla alguna estrella y cada vez hace más viento. De repente me acuerdo que la mosquitera estaba llena de agujeros. Noto un escalofrío al pensar que por mucho que me tape con ella, podrían entrar por los agujeros. Ohh nooo...Coloco una de las almohadas a modo de tapón, pero el pánico ya se ha apoderado de mí.

Me vuelvo a estirar, pero siguen las carreras y los gritos. No oso mirar al suelo por si veo alguna, pero no hay luz, o sea que tampoco serviría de nada. Trato de engañarme a mi mismo pensando que al menos deben ser pequeñas. Decido dar palmadas cada 2-3 minutos, mover los brazos, hacer ruidos raros con la boca....¡todo! Con el alboroto paran de correr, pero mis ahuyentos son efectivos tan solo un minuto porque enseguida reemprenden sus actividades, y el tiempo pasa muy despacio.

Intento calmarme pensando en la cantidad de gente que duerme cada día entre ratas en este mundo, y que sobreviven. Pero de repente oigo otra pelea más fuerte y me reincorporo de golpe, esta vez ya gritando yo "basta, basta, ratas, coño, joder..." me sale de todo, con la absurda esperanza de que María o Eduardo vengan a salvarme. También pienso en la inglesa de Uoleva, Jenny, que me explicaba como si nada que por las noches oía ratones en su cabaña. Si Jenny pasó varias noches entre roedores, yo también podía hacerlo.

Pero nada, cualquier razonamiento lógico se desmoronaba ante nuevas carreras y ruidos sin identificar. Las 2:45 am, las 3:00, las 3:10, las 3:20...El reloj casi no se mueve. En algún momento debo de haber dormido un cuarto de hora, no más. Las 4:00, las 4:30...fuera aparece Venus. A las 4:40 canta el primer gallo, lo que me da una falsa esperanza de que está a punto de amanecer, pero no, aquí los gallos cantan muchas horas antes del amanecer.

Siguen las carreras y lo chillidos. Me reincorporo, vuelvo a dar palmadas, basta, basta, basta...Padre nuestro que estás en los cielos....pero nada, ni así.

A las 6:15 creo apreciar un ligerísimo aclaramiento fuera. ¡Está amaneciendoooo! Aguanta un poco más Xavi, esto se acaba. A las 6:30 decido salir de mi ratonera. Por fin libre. ¡Vivo! me pongo mis botas, no sin antes sacudirlas no fuera que me llevara una última sorpresa, y salgo. Me doy cuenta entonces que mi cabaña no solo es mucho más grande de lo que me pensaba sino que el desorden en su interior es descomunal. Aquello era el Hilton Rat, el lugar idílico para albergar todas las ratas de la isla. ¡Qué horror!

Una vez fuera, ya más calmado, veo que también corretean por la hierba: son medianas de tamaño, de un palmo aproximadamente, marrones...pero ya estoy a salvo. Nunca más.

A las 8:30 aparece María y me pregunta qué tal he dormido.

FIN

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