sábado, 27 de julio de 2013

¿Paraíso o infierno?


Manihi, Archipiélago de las Tuamotu, Polinesia Francesa. Hoy, día de mi partida de Manihi, me encontraba meditativo en el pontón de la pensión, contemplando la belleza del lagon ¿Paraíso o infierno? me preguntaba.

Sin duda, el paraíso no es. Vivir en una isla medio-apartada del mundo (y remarco lo de medio-apartada, pues las necesidades mínimas están cubiertas) conlleva una enorme lista de problemas, al menos para los que hemos crecido en un ambiente occidental. Os cuento cuatro cosas que han pasado en menos de 24 h y lo que representan.

1. Ayer salgo a pasear en un pequeño bote a motor, invitado por unos italianos que han atracado su velero frente a la pensión. A los 100 m escasos, ¡catacrac!...el capitán se ha despistado hablando conmigo, hemos topado con un escollo y en un microsegundo la hélice ha quedado hecha papilla. El pequeño despiste le costará al capitán no solo una buena suma de dinero, sino que tendrá que esperar vete a saber cuánto tiempo a que llegue una nueva hélice desde Papeete, si es que la tienen en stock.

Pero es que antes de ayer, Chris, el de la pensión de Tikehau, tuvo una avería grave en su motor de 250 CV. Tuvo que hacer venir un mecánico de Papeete, y pagarle el vuelo y la estancia para que le hiciera el diagnóstico. Luego, manda al mecánico de vuelta a Papeete, encarga las piezas a Francia, espera otra buena semana, haz volver al mecánico...bueno...la ruina!

En Bora Bora, Samuel me contaba que cada vez que su coche se averiaba o necesitaba pasar la revisión, había que enviarlo en barco a Papeete. Solo el envío le costaba 500€. ¿Y no hay ningún mecánico en Bora que te pueda hacer la revisión aquí? -pregunto inocente a Samuel. Oui, pero no te puedes fiar: te roban piezas o te las cambian por antiguas. Tu sais?  lo primero que se aprende a hacer en esta vida es tricher (hacer trampas). Pongo cara de alucinado.



2. El congelador de la pensión se ha roto. La cocina de una pensión tropical no puede pasar sin congelador...es absolutamente prioritario. Pues bien, éste ha dicho basta. Vaiana tiene que encargar uno nuevo a Papeete porque este ya es viejo y la reparación y el envío costaría más que uno de trinca.

3. Estos días, como vengo reportando en este blog, el fuerte viento ha hecho subir el nivel del agua del lagon, con lo que a la vecina de al lado se le ha inundado el huerto. Es agua salada, así que lo tendrá que rehacer todo: tomates, sandías, legumbres, tout perdu...está deprimida. Aquí, en la pensión, en el dique que protege la pensión del lagon, la arena ha sufrido un socabón y Vaiana deberá llamar a un chico para que traiga sacos de arena de otro lugar y reponer el daño.



4. En los motus todo funciona con energía solar. Como ha estado nublado, el nivel de electricidad de las baterías está bajo y Vaiana debe esperar a que vuelva a salir el sol para poner lavadoras.

5. Todos los enseres llegan en un barco semanalmente desde Papeete. En el almacén o colmado del pueblo las cosas se acaban. Hoy no hay huevos, mañana quién sabe si habrá leche.


6. ¿Te encuentras mal? dolipram (paracetamol), ¿tienes la gripe? dolipram, ¿padeces de gota? dolipram, ¿estás deprimido? dolipram, ¿tienes bronquitis, colitis, apendicitis, ...? dolipram. El paracetamol aquí es como el “one size fits all” de las gorras americanas, pero en versión medicamento.

7. Si me apuráis, podemos también añadir los mosquitos, las moscas, los nonos (una especie de micromosca de playa que muerde con rabia), la insolación, la ausencia total de teatros, cines, ópera, exposiciones, espectáculos (que no sean de danza, claro), tiendas de cualquier tipo, mecánicos, hospitales, casales...¿sigo?

8. Solo una cosa parece paliar en cierta manera todos estos problemas: el acceso a Internet, léase Facebook y Skype. No he conocido a ningún joven que no tenga una cuenta en una red social.

9. Y para colmo, anoche me comentaron otro caso de ahorcamiento en las islas. Entre 18 y 36 suicidios (y más de 200 intentos) tienen lugar entre los jóvenes de esta tierra, un 30% superior a la media mundial y un 100% más que en Francia. Mirad este link.

Desde luego, el que lo deja todo para irse a vivir a una isla tiene que saber muy bien lo que hace. Si tienes caviar para desayunar, comer y cenar cada día del año, puede que al final acabes odiando el caviar y desees un buen huevo frito.

¿Paraíso o infierno? Pues ni una cosa ni la otra, quizás más bien un “caramelo que lleva veneno”.


Por si las moscas, mejor estar en una isla con aeropuerto...

Manihi

Manihi, Archipiélago de las Tuamotu, Polinesia Francesa. Hace 20 años que no ha habido un temporal de Mara’amu (viento polinésico del este) tan largo como éste. Dicen los locales que el viento se instaló a principios de este mes de Julio y que desde entonces no ha parado de soplar con una rabia fuera de lo normal.

Esta mañana he salido de Tikehau con destino a Manihi, mi segundo atolón en este viaje. Situado a medio camino entre Tahiti y las Marquesas, Manihi es conocido principalmente por su producción perlera, aunque con la crisis han cerrado muchas granjas. Me alojo en una pensión familiar, el Nahihi Paradise, en un motu aislado, a 45 minutos de barca del aeropuerto.



Debido al viento y al mal tiempo, el nivel del agua del lagon ha subido desmesuradamente con lo que el piso del muelle se encuentra bajo el agua y debo acceder al bote descalzo. Una vez a bordo, Vaiana, la patrona de la pensión que ha venido a buscarme, me dice que debe parar un momento en el pueblo, Paeua, para hacer la compra. 

El trayecto resulta una auténtica lucha contra la naturaleza: viento y olas golpeando duramente la panza de la barca y propinándome una ducha a cada sopetón. Aaahhh las dulces vacaciones en el paraíso. Por fin llegamos a Paeua. Unos niños disfrutan del nivel alto del agua y chapotean por el muelle inundado.



El segundo tramo del trayecto en barca hasta la pensión dura media hora más, pero transcurre algo más tranquilamente, bordeando la costa protegida del viento. Los paisajes que se suceden son de una belleza infinita: la luz del atardecer tiñe de tonos naranjas las palmeras que van locas despeinadas por el viento. En primer plano, el azul turquesa del lagon. De fondo, el azul oscuro del moana, el océano, casi negro, cuyas olas, altas, enormes, rompen con ira sobre el arrecife.

En la pensión hay 3 bungalows, y yo soy el único inquilino. Con este tiempo, nadie osa acercarse por aquí. Nanihi Paradise, se llama. Aquí no hay ni wifi, ni TV, ni agua caliente. Solo Vaiana (la patrona), Veronique (una amiga suya), el bueno de Misty (una especie de gos d'atura), multitud de cangrejos, y los inofensivos (pero grandes) tiburones punta-negra merodeando por el pontón.

Creo que mañana va a ser otro día de coqueteo con los cangrejos ermitaños.

El cangrejo ermitaño

Tikehau, Archipiélago de las Tuamotu, Polinesia Francesa. No hay mucha cosa que hacer en un pequeño motu de un atolón en medio del océano Pacífico...y todavía menos si el agua está turbia y hace un viento del carajo (aunque aquí no hay grajo que vuele bajo). Así que me lo tomo con filosofía y me dedico a observar a los cangrejos ermitaños que deambulan por la playa.

Curiosa vida la de estos crustáceos. Elijo un lugar en la arena y me siento. Por el momento, nada se mueve. Pero a los pocos segundos, todas las conchas y conchitas que parecían muertas sobre la arena se ponen en movimiento como por arte de birlibirloque, unas para aquí otras para allá. Son los cangrejos ermitaños, esos seres de aspecto “alienesco” que se agencian una concha vacía de caracol para protegerse de los peligros externos, y que la acarrean consigo allá donde vayan.

Me distraigo cogiéndolos con la mano y depositándolos allí donde me plazca. Al cabo de unos segundos, sacan las patas -que tenían doblegadas a modo de “puerta de seguridad”- asoman la cabeza con dos enormes ojos, mueven las antenas y comienzan a desplazarse lentamente hacia un lugar más seguro que el que tú has escogido.

Me hubiera gustado pillar un “cambio de casa”, ese momento en que el animalillo ya ha crecido tanto que necesita una habitación más grande. Debe ser un momento muy personal, en que por unos momentos, el cangrejo deja ver sus partes más íntimas, esas que siempre quedan dentro la caracola, algo así como “quedarse en pelotas”.

Por el momento me contento con una grisácea puesta de sol en la playita de los bernard l’ermite, como es como llaman aquí a esos monstruitos.

martes, 23 de julio de 2013

Tikehau

Tikehau, Archipiélago de las Tuamotu, Polinesia Francesa. Tikehau es un atolón de las Tuamotu situado justo al oeste de Rangiroa, a cuyo municipio pertenece. Con unas dimensiones de 27 x 19 km, se trata de un atoll de dimensiones relativamente pequeñas, pero rico en fauna. No en vano Cousteau calificó sus aguas como "las más ricas en peces del mundo".

El archipiélago de las Tuamotu constituye una de las 5 divisiones geográficas de Polinesia Francesa. Lo forman 80 atolones esparcidos por una vasta zona del océano al este de Tahiti. De hecho Tuamotu significa muchas (tua) islas (motu) en polinesio.

Los atolones son las islas geológicamente más antiguas de la zona. Del antiguo volcán que las formó solo queda el arrecife de coral que lo envolvía. La montaña central ya ha desaparecido bajo el mar. Así acabarán todas las otras islas volcánicas de la zona dentro de unos pocos millones de años. Las más jóvenes, como las Marquesas, todavía no tienen arrecife. Tahiti y Moorea poseen ya un arrecife que las envuelve, pero todavía no se ha formado el lagon (2). Las de “mediana edad”, como Bora Bora o Maupiti, están a medio camino (2), es decir, conservan parte de su volcán central, tienen un buen arrecife arenoso (motus) a su alrededor y un lagon central. Por último, en los atolones como Tikehau, Rangiroa, o el tristemente famoso Mururoa, el volcán central se lo ha tragado el mar.

En Tikehau me alojo en una pensión-hotel ubicada en un pequeño motu de nombre Ninamu, al oeste del pueblo de Tuherahera. Hay 5 bungalows construidos siguiendo el estilo más tradicional y decorados a base de cañas y troncos con un gusto -debo decir- exquisito. Su dueño, un ex-surfero australiano, compró la isla y los construyó él mismo con la ayuda de su hermano y un local. Tardaron 3 años.

Enfrente, una preciosa playa que da al lagon 
Por desgracia, desde hace unos días que sopla un viento fortísimo y fuera hay unos nubarrones que asustan. Aunque todos pensamos en la Polinesia como un lugar de aguas calmadas, días soleados y brisas suaves, de vez en cuando este país muestra su cara más hostil. El mal tiempo también tiene su lado bello, una belleza, por cierto, que no vemos nunca en los escaparates de las agencias de viajes.


Al llegar al aeropuerto oigo decir a unos italianos que están haciendo la cola del avión para Papeete "por fin nos vamos de este infierno". Los pobres llevaban cuatro días bajo la lluvia y con un viento de mil pares. Y es que venir desde tan lejos con la idea prefijada del paraíso es muy arriesgado porque aquí, cuando hace mal tiempo (y lo hace a menudo) todo cambia radicalmente. 
Aunque, de vez en cuando, aparece alguna bonita vista, como esta de una antigua granja perlera, hoy en desuso.

domingo, 21 de julio de 2013

Ferry Moorea-Papeete

Tahiti, Polinesia Francesa. Moorea y Tahiti distan solo 17 km entre sí, un pelo más que Africa de España. El canal que las separa, sin embargo, tiene más de 2.000 m de profundidad. Debe haber pocos lugares en el mundo donde en una distancia tan corta se abra una brecha tan honda.

Tres navíos, el Aremiti Ferry (55 min), el Aremiti 5 (30 min) y el Terevau (30 min), conectan de una forma continua las dos islas, de manera que los tahitianos se trasladan de una a otra como quien coge el metro.

En el muelle de Moorea, mientras espero al Aremiti 5, veo llegar y zarpar el Terevau, con su característico color rojo, en menos de 30 minutos.

Un poco más tarde, a las 15:20 llega el Aremiti 5, cargado de pasajeros que han finalizado su semana laboral en Papeete y vuelven a sus hogares en Moorea. 

Realmente el ajetreo de ferries que van y vienen por este canal es impresionante.

También se puede hacer en avión, que tarda 7 minutos, pero casi todos prefieren el ferry por su practicidad: sin esperas y desde Papeete directamente, no desde el aeropuerto de Faa'a. Realmente, no entiendo muy bien la existencia de ese vuelo.

Al llegar a Papeete, el sol ha comenzado a bajar y los edificios se tiñen de esa luz tan bonita de los atardeceres del Pacífico.


Una vez en Tahiti, el perfil de Moorea al atardecer es sobrecogedor. A esa hora, muchos jóvenes salen a practicar su deporte favorito, el remo (va'a).

Las últimas luces dan el toque final fotográfico del día.

sábado, 20 de julio de 2013

Moorea: tour de l'île

Moorea, Polinesia Francesa. Dada su proximidad a Tahiti y su impresionante geografía, la isla de Moorea está incluida en la mayoría de los packs de los turistas que visitan Polinesia Francesa. Apodada isla mágica por sus atributos, Moorea dispone de una amplia oferta hotelera, playas de arena blanca, montañas sobrecogedoras, y una gran variedad de actividades náuticas y terrestres. Además, muchos franceses afincados en Polinesia la han elegido como lugar de residencia dada su proximidad a Papeete (media hora de ferry).


La mejor manera de verla es apuntándote a uno de los numerosos tours terrestres que ofrecen las agencias. Pero todavía mejor es descubrirla por sí solo, a tu aire. Así que busco una compañía barata de coches de alquiler (huyendo siempre de las clásicas y caras AVIS o Rentacar) y encuentro una que no está nada mal: Albert. El coche que me dan está un poco hecho polvo, pero total ¿para qué quiero un coche nuevo?


Lo primero que me encuentro es una impresionante higuera baniana, con un entresijo de raíces que parecen invadirlo todo.


Prosigo mi recorrido por la zona norte, bordeando la costa hasta la bahía de Opunohu (Moorea tiene dos grandes y únicas bahías que le dan esa forma original de épsilon vuelta hacia arriba). Desde allí parte la única carretera interior de la isla, que transcurre por el valle de Opunohu, poblado de vacas y acacias, con el espectacular pico del Mouaroa de telón de fondo.

La carretera sube y sube hasta llegar al Belvedère. Es pronto por la mañana y no han llegado los turistas todavía. Desde este lugar predilecto se divisan las dos bahías, la de Cook a la derecha y la de Opunohu a la izquierda, con el monte Rotui (899 m) en medio.

Retomo la carretera cuesta abajo, y al cabo de unos quilómetros giro a la derecha por la denominada routes des ananás (camino de las piñas), un camino sin asfaltar que transcurre por el interior a través de plantaciones de piñas hasta la bahía de Cook.


Desde la bahía de Cook se aprecia una vista del Mouaroa que me recuerda a los libros de aventuras y piratas de cuando era crío.

Sigo por la costa hacia el oeste, paso el golf y el aeropuerto y llego hasta el point-vue To'atea desde donde se divisa las instalaciones del hotel Sofitel y la isla de Tahiti al fondo.

Por la tarde regreso por la ruta costera hacia el hotel. Hago un alto en el pequeño puerto de Papetoai, con su iglesia redonda.

Camino de vuelta el sol ha comenzado a bajar y está dejando unas estampas de ensueño.

Una vez en el hotel, los tonos rojizos han alcanzado su máxima expresión. Ya sé que las puestas de sol son todo un clásico postalero, pero es que aquí no hay quien se resista a fotografiarlas.



viernes, 19 de julio de 2013

¿Ballenas?...¡ni una!

Moorea, Polinesia Francesa. Año tras año, las yubartas (también conocidas como ballena jorobada, o, en inglés, humpback whale) emprenden un viaje de 5.000 km desde la Antártida hasta las islas de los mares del sur, huyendo del frío y buscando un lugar seguro para sus ballenatos recién nacidos. 

Moorea se encuentra entre los destinos preferidos por esos gigantes. De Julio a Noviembre, una media docena de estos cetáceos merodea por el lado océano del arrecife, lo que significa una oportunidad de oro para los locales de hacer unos calerons sacando a los turistas para avistarlas y -por qué no- bañarse con ellas.

Hoy, 18 de Julio, me apunto al paseo que ofrece Bernard en su catamarán que sale del muelle del hotel Intercontinental. Solo subir a bordo nos previene que la temporada acaba de comenzar y que la mejor época es Agosto-Septiembre-Octubre, no Julio.

Así que a las 9 de la mañana nos embarcamos en busca de esos leviatanes. Parece que hay un poco de viento. Primeramente paramos para darnos un chapuzón con las rayas y los tiburones punta negra, ambos totalmente inofensivos, a pesar de que las primeras tienen un aguijón cuya picada te deja KO y los segundos una mandíbula de aspecto poco amistoso.


Mientras las rayas y los tiburones dan vueltas a nuestro alrededor, Mairé da de comer a una frigata

El viento va en aumento y las olas rompen con rabia en su contra.


Pasamos primero frente a la bahía de Opunohu, con el monte Mouaroa cubierto por las nubes. El crucero Paul Gauguin se halla fondeado en su entrada. Cada vez hace más viento.

Seguimos por la bahía de Cook. Curiosamente el famoso capitán fondeó en la bahía vecina, la de Opunohu, y no en ésta. Por alguna extraña razón, fue la otra la que se llevó su nombre.
 

El viento ya es tan fuerte que comienzo a pensar que no podremos dar la vuelta a la isla, y, en cuanto al avistamiento de ballenas ya lo doy por perdido. 

Esto me demuestra la lotería de estas actividades: el año pasado fue una maravilla, con el mar plano como una balsa y uno bañándose con las ballenas y sus crías. En esta ocasión, en cambio, entre el viento y que es mes de Julio, la salida ha sido un desastre. Nunca se sabe. Y el precio de cada salida (unos 60 €) no es como para ir probando cada día...

Pero bueno, si queréis saber cómo es esta excursión con aguas calmadas, vistas espléndidas del pico Mouaroa, y baño con ballenas... solo tenéis que pinchar aquí.