martes, 23 de julio de 2013

Tikehau

Tikehau, Archipiélago de las Tuamotu, Polinesia Francesa. Tikehau es un atolón de las Tuamotu situado justo al oeste de Rangiroa, a cuyo municipio pertenece. Con unas dimensiones de 27 x 19 km, se trata de un atoll de dimensiones relativamente pequeñas, pero rico en fauna. No en vano Cousteau calificó sus aguas como "las más ricas en peces del mundo".

El archipiélago de las Tuamotu constituye una de las 5 divisiones geográficas de Polinesia Francesa. Lo forman 80 atolones esparcidos por una vasta zona del océano al este de Tahiti. De hecho Tuamotu significa muchas (tua) islas (motu) en polinesio.

Los atolones son las islas geológicamente más antiguas de la zona. Del antiguo volcán que las formó solo queda el arrecife de coral que lo envolvía. La montaña central ya ha desaparecido bajo el mar. Así acabarán todas las otras islas volcánicas de la zona dentro de unos pocos millones de años. Las más jóvenes, como las Marquesas, todavía no tienen arrecife. Tahiti y Moorea poseen ya un arrecife que las envuelve, pero todavía no se ha formado el lagon (2). Las de “mediana edad”, como Bora Bora o Maupiti, están a medio camino (2), es decir, conservan parte de su volcán central, tienen un buen arrecife arenoso (motus) a su alrededor y un lagon central. Por último, en los atolones como Tikehau, Rangiroa, o el tristemente famoso Mururoa, el volcán central se lo ha tragado el mar.

En Tikehau me alojo en una pensión-hotel ubicada en un pequeño motu de nombre Ninamu, al oeste del pueblo de Tuherahera. Hay 5 bungalows construidos siguiendo el estilo más tradicional y decorados a base de cañas y troncos con un gusto -debo decir- exquisito. Su dueño, un ex-surfero australiano, compró la isla y los construyó él mismo con la ayuda de su hermano y un local. Tardaron 3 años.

Enfrente, una preciosa playa que da al lagon 
Por desgracia, desde hace unos días que sopla un viento fortísimo y fuera hay unos nubarrones que asustan. Aunque todos pensamos en la Polinesia como un lugar de aguas calmadas, días soleados y brisas suaves, de vez en cuando este país muestra su cara más hostil. El mal tiempo también tiene su lado bello, una belleza, por cierto, que no vemos nunca en los escaparates de las agencias de viajes.


Al llegar al aeropuerto oigo decir a unos italianos que están haciendo la cola del avión para Papeete "por fin nos vamos de este infierno". Los pobres llevaban cuatro días bajo la lluvia y con un viento de mil pares. Y es que venir desde tan lejos con la idea prefijada del paraíso es muy arriesgado porque aquí, cuando hace mal tiempo (y lo hace a menudo) todo cambia radicalmente. 
Aunque, de vez en cuando, aparece alguna bonita vista, como esta de una antigua granja perlera, hoy en desuso.

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