martes, 1 de septiembre de 2015

Antananarivo



Antananarivo, Madagascar

La capital de Madagascar, Antananarivo, es una ciudad situada prácticamente en el centro de la isla, en un plateau a 1270 m de altitud. En esta época del año y en pleno invierno austral, aquí llega a hacer un frío considerable por la noche. Pero la ola calor de este pasado mes de julio hizo que 
a la hora de hacer la maleta en casa, todos decidimos no sacar el polar del armario: craso error.

Tana es una ciudad con una extensión enorme, hogar de 2 millones de almas, aproximadamente el 10% de la población malgache.



La visita a la ciudad comienza con un paseo por la antigua estación de tren de Soarano, al final de la Avenida de la Independencia. Un guardia en la entrada nos dice no traspasar la valla de la entrada porque es muy peligroso, y no porque te pase un tren por encima sino por seguridad ciudadana. No sé, me parece a mí que exageran un poquito: ni que se nos fueran a comer.



La visita prosigue por la antigua catedral católica, reminiscencia de la época francesa:



Lo cierto es que no hay muchísima cosa que visitar en Tana, así que a media tarde ya está casi todo visto. El paseo acaba en la parte más alta de la ciudad, el Rova o palacio de la reina, obra de un francés que en 1839 erigió para la reina Ranavalona I, aunque ya aquí había habido otros palacios reales de madera desde 1610. Este es el centro espiritual de la etnia merina, la más abundante en esta zona del país.

El palacio fue incendiado en 1995, y desde entonces ha visto varias restauraciones periódicas patrocinadas por la UNESCO.






El sol se está poniendo, así que nos trasladamos a contemplar la puesta de sol sobre la ciudad desde el balcón del pequeño hotel Lokanga, degustando un foie y disfrutando las vistas a la ciudad.



Hoy cenamos en un restaurante muy curioso del barrio chic de la ciudad: La Varangue. Se trata de un edificio colonial, con 9 habitaciones. Lo peculiar del lugar es sin duda la decoración: una colección de todo. Sí, TODO. Desde saxofones hasta acordeones, desde astrolabios hasta barómetros, balanzas, microscopios, telescopios, máquinas fotográficas, quinqués, planchas, candelabros, braseros…allí había de todo. El propietario debe ser un coleccionista impulsivo y ha reunido todos los objetos que los colonos dejaron atrás.


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